Las últimas fechas del año son para encontrarse con uno mismo, reunirse con familiares y amigos y tener un feed de instagram perfecto, remarcando y dando a conocer al mundo lo preciosa que es tu familia, pero en general tu vida. Las épocas navideñas y de fin de año deberían de ser motivo de alegría, de union y de paz. Pero muchas veces engañamos nuestros ojos por lo que el mundo nos quiere mostrar, pero lo peor de todos, nosotros nos engañamos a nosotros mismos por lo que queremos mostrarles a los demás.
Terminó un ciclo, pero comienza uno nuevo. Y no quiere decir que en estos primeros días de enero debas poner en papel y realizar todos tus propósitos al pie de la letra y cumplirlos este 2020. El comienzo de un nuevo ciclo no debe de ser específicamente el primer día del año. Pero estas fechas si funcionan para hacer un momento de reflexión e introspección y darnos cuenta de lo que en realidad queremos cambiar en nuestras vidas y poder percibir el mundo desde otra perspectiva. Volvamos a enforcarnos en lo que realidad importa.
No todo lo que vemos es real, pero gracias a esa ficción virtual nos hemos vuelto más egoístas. El ser humano siempre ha sido un ser egoísta, el cual principalmente ve por sus propios intereses para su supervivencia individual. Pero en esta época digital, de excesos e inmesurada necesidad de atención, ¿que es aquello que en realidad atenta con nuestra vida? ¿a que tenemos que sobrevivir?. Nuestra generación ha tenido todo y más para poder «sobrevivir»… pero simplemente queremos más. Más de todo. No somos felices… aunque parezca serlo.
Nos hemos vuelto egoístas al pensar que solo nuestro dolor es el único que en realidad duele. Que nuestra realidad es la única que existe. Todo aquello que es diferente a lo que nosotros creemos es considerado malo. Nuestro ego nubla nuestras intensiones… hemos llegado a creer que la sociedad nos debe. Vamos por el mundo hiriendo a los demás porque; «así soy yo», «porque ya no me voy quedar callado», «porque si me quieren, que me quieran como soy», «porque si no te quiero ver, no te veo porque no quiero». Nuestras palabras y acciones lastiman más que una agresión física. Esperamos que el mundo cambie, pero no pensamos en cambiarnos a nosotros mismo.
Buscamos que la gente tenga compasión de nosotros, pero no somos capaces de sentir empatía hacia los demás. Pedimos y pedimos, pero nunca damos gracias por lo que tenemos en estos momentos. Vivimos para el futuro, no para el presente. Nos enfocamos en crear, no en cambiar.
No tenemos ni un momento para pensar en los demás. Nos han enseñado tanto a creer y amarnos a nosotros mismos, que en realidad les hicimos caso. Creamos un amor excesivo hacia nuestra persona, que solo pensamos en nosotros; lo que nos gusta, lo que nos hiere, lo que amamos, lo que odiamos, lo que queremos y no queremos. Nos convertimos en una generación individualista.
Nuestros pensamientos se tornan en el yo, pero en el yo superficial… porque al yo interno nadie lo quiere escuchar, ese asusta y somos una generación de cobardes que nos escondemos dentro de nuestra propia fantasía, nuestra realidad virtual, el feed de instagram perfecto. Mostrando al mundo que en realidad tenemos los pantalones para enfrentarnos a la vida, cuando en realidad nos asusta escucharnos a nosotros mismos y lo que en realidad sentimos. Una sonrisa puede esconder mil sentimientos que nunca se han dicho, las fotografías también.
Culpamos a los demás de nuestras propias desgracias, porque no somos capaces de reconocer nuestros errores o aceptar las situaciones que nos tocaron vivir. Unas son consecuencias de tus propios actos, otras simplemente sucedieron. Pero al no ser capaz de afrontarlas, culpamos a los demás y nos volvemos víctimas de la vida, esperando que los demás nos devuelvan algo a cambio y lo más triste, esperando que ellos nos den la felicidad.
Basamos nuestra felicidad en cosas externas, en objetos materiales, en personas. Hemos convertido a la vida en una competencia, en un estatus social. En quien tiene más que el otro y quien tiene lo mejor, ¿pero lo mejor para quien?. Queremos lo que tienen los demás, pero no nos damos cuenta lo que nosotros tenemos. La felicidad es relativa, y cuando piensas que ya la conseguiste, parece que la vida te juega una broma y vuelves a su búsqueda. La falta de paciencia y tolerancia en estos tiempos convierten nuestra vida en una carrera, ocasionando que la ansiedad y el estrés sean la enfermedad de nuestra generación. Hemos tenido todo, por lo que queremos las cosas rápido y fácil, no nos enseñan a luchar, nos enseñan que nos merecemos todo y que la vida nos debe cosas, cuando en realidad la vida es una lucha constante.
Se nos olvida la humildad con los demás y con nosotros mismos. Esta bien desear algo, lucha por ello, pero no te exijas demasiado, porque la exigencia personal se hace en comparación con lo que nosotros pensamos la sociedad espera de nosotros. Tú valía no se mide en logros profesionales u objetos materiales, y la de los demás tampoco.
Esta bien que nos enseñen a amarnos, pero lo confundimos con un amor superficial y competitivo hacia los demás y hacia nosotros mismo, no nos enseñan a hacer una introspección personal. Tomemos un tiempo en escuchar nuestras palabras antes de que salgan de nuestra boca, ya que estas pueden herir, pero tampoco nos tomemos todo lo que nos dicen a nosotros tan personal. Ten empatía con los demás.
En este nuevo ciclo -cuando tu lo quieras comenzar- hagamos una introspección, aunque duela. Escuchemos en realidad a nuestro yo interno y evoluciona. Cambia tu realidad cambiando a tu persona. Y lo más importante, da gracias por todo lo que tienes en estos momentos. Quiérete, ámate y valórate, porque si no te quieres ti mismo no podrás amar a alguien más, ten tiempo para ti, pero también ten tiempo para los demás cuando ellos te necesiten. Escúchate a ti mismo, pero también escucha a los demás. Apóyate, pero ten tiempo para alguien que necesite de ti. Dejemos nuestra ceguera y volvamos a ver la vida como en realidad es, lo que en verdad importa.