Tú y yo. Mirándonos fijamente. Una fría tarde de enero nos obliga a un encuentro casi forzado. Los destellos de luz, reflejo de los cálidos rayos de sol sobre la blanca nieve, producto de las nevadas de la temporada, entran por la ventana ocasionando un tono dorado sobre la cerámica de la taza.
El olor a café nos recuerda a lo que habíamos sido. A todas esas tardes, en donde el tiempo no pasaba, en donde el silencio que suplía las palabras, nos acercaba mas que nunca. El sonido del silencio, tan placentero como siempre.
Lo único que teníamos que hacer era cerrar nuestras bocas, mirarnos y dejar que nuestros ojos hablarán…
“¿Como has estado?”. Tres simples palabras son suficientes para romper el silencio. Nuestros labios no dejan de moverse y nuestras manos… en un baile coordinado, llevadas por la energía reprimida de tantos años.
Por un momento las palabras se convierten en sonidos vacíos y observo su rostro.
Las líneas en su cara me cuentan historias de quién fue, de quién es. Tantas nuevas marcas en aquel rostro que recordaba tan liso, tantas nuevas historias. Pero de nada sirve tener historias si no tienes con quien compartirlas.
Cada nueva línea en su cara, una nueva marca. Una herida que se convirtió en cicatriz… un camino que recorrió hasta coincidir ambos en esta pequeña cafetería.
Las marcas al rededor de mi sonrisa… líneas que esconden mil sentimientos. Dentro de una simple sonrisa que demuestra que soy afortunada, pero que escondió todas las veces que me sentí destrozada, se quedan al rededor de aquella sonrisa que en el pasado lo conquistó.
Los dos, por las marcas en nuestros rostros sabemos lo que es contar mentiras, sabemos lo que es la vida.
Desde que nos fuimos por caminos separados, cuando hablaba sentía que nadie me escuchaba… hasta ahora. Cuando después de tantos años, aquí estamos, los dos… contando mil historias que nunca fueron contadas.
Que hermoso Isabel, me recordaste a mi misma. Me encantó ❤️❤️❤️❤️❤️
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