-Ya te lo dije… No esperare ni un momento más hasta que no hayas calmado tu mente-. Tomó su copa de vino y le dio un sorbo. Se dejó envolver por aquel dulce sabor que cubría su boca… Como sí un pequeño sorbo de vino desapareciera todos sus problemas, alejando su mente de aquel preciso momento. Pareciera que fuera él quien debía calmar su mente.
Sus palabras me confundían. Salían de su boca y llegaban a mi como pequeños cuchillos que poco a poco iban cortando mi piel. Deseaba también sumergirme en esa copa de vino y dejarme envolver por su dulce sabor. El tiempo se había detenido, estaba sola en aquella habitación intentando descubrir las palabras que llegarían a sus oídos. Estaba confundida. Pasado, presente y futuro… eran un mismo tiempo.
Añoraba lo que habíamos sido, soñando despierta para volver a vivir esos días de alegría. ¿A caso estaba mal? El querer tenerlo todo, siempre imaginando y creando cosas nuevas, mi mente nunca podría estar tranquila. Pero nadie me había dicho que debía callar esa voz interior que siempre me decía «más, más…». ¿Debía calmar mi mente solo por complacerlo?
El seguía ahí, sentado frente mi, mirando únicamente su copa de vino, como si no existiera nada ni nadie, solamente su copa. Pasaron diez, veinte, treinta minutos o nada. Todo inmóvil. Mi cabeza por fin había dejado de parlotear sobre lo que imaginaba. Abrí los ojos y me encontré en el mismo espacio y tiempo en donde había comenzado. Un pequeño rayo de luz traspasaba la ventana. Lo mire fijamente y solo pude decir –lo que sea que tú quieras, por una copa-. Y nunca más volví a verlo.
Muy bueno !!!
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